No, ella no se sentía mal aquella noche. A diferencia de todas las demás, esa noche ella no se sentía melancólica, irritada, nostálgica ni desesperada. Ella estaba completamente entumecida, respirando silencio, sintiendo como caían azules lágrimas, saboreando la salinidad de la sangre por venir. Recuerdos agridulces no llevaron a nada dulce ni agrio en el futuro, sólo a ambivalencia, confusión, una completa división del alma, y el cuerpo y el corazón y la lógica y el sentido y todo aquello que alguna vez pensó en alcanzar. Todo estaba disperso, todo dentro de si se reflejaba fuera, sólo podía existir fuera. Su corazón estaba en el frío piso de concreto, sus ojos fueron encerrados en un oscuro baúl junto con cartas del recuerdo, sus labios fueron sellados y enviados lejos en busca del amor, su belleza era destruída por la navaja en su mano derecha. Nada quedaba, nada más que entumecimiento y una gota de esperanza. No, no había forma de que aquella noche se sintiera mal; ella no estaba allí. Desde algun lugar ella rogaba por que su esperanza dejara de atormentarla y encontrara un lugar fuera de ella, como todas las demás partes de si misma que ya no era capaz de percibir. Sólo con la intención de ser salvada, perdonada por su juez interno por el pecado de lastimarse a si misma a pesar de amarse profundamente. Porque ella se amaba. Amaba sus ojos, sus labios, sus palabras, sus sentimientos, su imaginación, su ya olvidada capacidad de amar… Pero todo se desvaneció, ya nada estaba allí. Ella ya no estaba allí. Era un simple trozo de nada en un mundo de todo, una ignorante en un mundo lleno de sapiencia, una soliaria reina cuyo reino fue borrado de la faz de la tierra. Y ella quería volver, recoger los trozos de si misma y construir una máscara, mantener su rostro unido con firmes puntadas y enfrentar al mundo con una perfecta sonrisa.
Incluso si el precio era destruirse a si misma por dentro, aunque aquellas heridas internas tarde o temprano volvieran a la superficie, todo lo que quería era ser salvada, tener el valor de vivir un día más; sólo un día más.
Entonces tomó la navaja con su mano izquierda y, con precisión, dibujó una línea escarlata con la última gota de esperanza, esperanza de seguir adelante, sólo un día más. Todo su ser estaba presente, expectante ante la lentitud de la destrucción, la vaguedad de la esperanza, el fin de todo lo alguna vez sentido. Sólo quería morir; morir un día más.
lunes, 12 de enero de 2009
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